Las seis semanas antes del día de la cirugía bariátrica son las más críticas dentro del proceso preoperatorio. Durante ese periodo hay que hacer ajustes severos en la nutrición, actividad física y, más que todo, en el enfoque mental y la disciplina para seguir las instrucciones de los médicos.
Seis semanas antes de la operación tuve que comenzar a utilizar la máquina de oxígeno CPAP todas las noches y, además, tomar 10 pastillas diarias de suplementos indicados por la cirujana. Los suplementos sirven para preparar el cuerpo para una cirugía mayor, como la bariátrica, que provocará grandes cambios en el organismo de forma acelerada. También tuve que hacer drásticos ajustes en la dieta preparada por la nutricionista ya que aún no había bajado las 15 libras requeridas por la doctora.
Debido a que la fecha inicial de mi cirugía era el 28 de febrero, quise pasar la temporada navideña tranquila – sin excesos, pero sin dieta- para entonces ajustarme al régimen de pérdida de peso en enero. Lo hice así porque -seamos honestos- intentar rebajar en plena navidad hubiese sido una tortura. Me propuse al menos no engordar y lo logré. No comí pasteles ni tomé coquito. Comí muy poco lechón asado; mientras aproveché mis platos favoritos que son el arroz con gandules y la ensalada de papa. De lo demás, comí, pero muy poco.
Entonces pasó el Día de Reyes y ahí comenzó mi estricto plan de alimentación y ejercicios. Durante el mes de enero preparé todas mis comidas en casa según las porciones indicadas en mi nueva dieta de 1,300 calorías. Programé la alarma del celular para que me recordara merendar cada dos horas y media. También hacía ejercicios al menos tres días a la semana, tres o cuatro millas de “power walking”, aunque llegara tardísimo del trabajo.
Fui perdiendo peso lentamente, como es usual en mí. Sin embargo, al comenzar el mes de febrero las circunstancias apretaron aún más ya que la nutricionista me había entregado una lista de alimentos y bebidas que debía eliminar por completo durante el mes previo a la operación. Esa lista incluía alimentos que provocaran gases o que fueran irritantes, también debía eliminar el alcohol, el café, los chocolates y refrescos, entro otros productos.
Esa primera semana de febrero saqué tiempo para limpiar mi nevera y alacena de todo lo que no podría volver a ingerir. Se sintió como hacer una catarsis. Entonces hice compra y rellené pero esta vez solo de batidas de proteína, frutas, yogurt y gelatinas. Nada más. De ahí en adelante volví a ajustar mi dieta para reemplazar dos comidas al día por batidas de proteína. Sentía que estaba rebajando muy lento y temía no llegar a la meta a tiempo.
Una semana antes del día del pesaje y preadmisión (que estaba pautado para el 22 de febrero), opté por hacer dieta líquida total: reemplacé las tres comidas del día por batidas de proteína y las meriendas consistían de yogurt, gelatina, y caldo de pollo colado que hacía mi mamá. Esa última semana logré bajar las cuatro libras que me faltaban para llegar al peso meta y hasta un poco menos.
Tiempo de reflexión
Ahora que reflexiono y miro hacia atrás, reconozco que los meses de enero y febrero fueron grandes pruebas de carácter y fuerza de voluntad para mí. Incontables noches me acosté a dormir con hambre para luego despertar y pasar el día igual, ya que lo que comía era demasiado liviano para saciarme. Me aseguré de explicarles el proceso a mis compañeros de trabajo para que me apoyaran y no me ofrecieran comida o, incluso, si me veían a punto de comer algo indebido, que me llamaran la atención. Así lo hicieron y se los agradezco inmensamente.
Aunque vivo sola, a mis padres también les pedí apoyo para lograr mantenerme dentro del plan establecido. Así lo hicieron y me ayudaron trayéndome las batidas de proteína y los calditos de pollo que sabían a gloria cuando me desesperaba a causa del hambre.
Durante esas semanas tuve tiempo de repensar la decisión de someterme a una cirugía que cambiaría mi vida entera y mi relación con la comida, con mi cuerpo, y con mi entorno. He ido redescubriendo quién soy y la fuerza que llevo dentro pues logré cumplir en excelencia los retos del proceso.
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También reaprendí que a veces es necesario fluir y soltar el deseo de tener el control. Mi día de pesaje y preadmisión estaba pautado para el 22 de febrero. Mi reto era claro: vencer la balanza de la Dra. Santos y pesar 230 libras o menos ese día. Lo demás ya estaba hecho, que era conseguir los “clearance” de todos los especialistas y tener la autorización del plan médico para la operación. Sin embargo, Dios tenía otro plan para mí pues debía recordar una lección.
El día del pesaje hice todo perfecto. Mi peso fue 227 en la balanza de la doctora, que usualmente tiene unas cuatro libras por encima de otras pesas. No obstante, la enfermera que asigna los turnos para cirugía me indicó que debía posponer la operación para el 6 de marzo por razones ajenas a mi control. De más está decir que ese día salí del hospital muy triste y frustrada. ¿Cómo era posible que pospusieran mi operación si ya yo había hecho mi parte al 100%?
Pero bueno, luego de pasar dos días “botando el golpe”, volví a la carga con el apoyo de mi familia. Ahora se sumaba un nuevo reto, que era lograr la autorización de un nuevo plan médico en muy poco tiempo. Resulta que la empresa en la que trabajo cambió de Triple S a MCS efectivo el 1 de marzo. Eso provocó un corre y corre tremendo para lograr que la nueva aseguradora autorizara la cirugía de manera expedita. Y así fue también gracias a personas maravillosas e inesperadas que me dieron la mano.
El miércoles, 1 de marzo volví a la oficina de la doctora Santos para repetir el pesaje (pesé 228), luego procedí a terminar la preadmisión y obtener mi turno de cirugía. El viernes 3 de marzo en la mañana recibí una llamada de MCS notificando que el procedimiento estaba autorizado.
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Ahora sí es mi momento, es mi día, es mi tiempo. El 6 de marzo era la fecha indicada. El 28 de febrero solo fue un espejismo, un ensayo.
¡Estoy lista!