La última vez que me paré sobre una balanza y el número que apareció correspondía con mi «peso saludable» fue hace catorce años. Desde entonces, para mí ha sido la regla y no la excepción vivir en una constante batalla para perder peso.

Tengo 28 años, mido 5’8 y el pasado 7 de septiembre de 2016 acudí a mi primer encuentro con la cirujana bariatra, Ana T. Santos, para una evaluación en el Hospital Menonita de Cayey.
Once meses antes de coordinar esa cita -periodista al fin- comencé a investigar sobre los distintos tipos de cirugía bariátrica, los riesgos, beneficios, y costos asociados a cada una, calidad de vida después de la operación, entre otros aspectos. Luego de leer mucho, me convencí de querer someterme al procedimiento llamado gastrectomía vertical en manga, o “gastric sleeve”, como último recurso para alcanzar mi peso saludable.
La manga gástrica, como también se le llama a esa operación, es un tipo de cirugía bariátrica que reduce el tamaño del estómago pero no interviene con el intestino, como sí ocurre con la operación más tradicional e invasiva, el «gastric bypass». Mediante la manga gástrica, el estómago se reduce a un tamaño que solo puede recibir unas tres onzas de alimentos en cada comida. De esta manera, el paciente pierde peso paulatinamente y se espera que llegue a su peso meta en o antes de cumplir su primer año de operado.
Entonces, volviendo a mi investigación… Luego de leer mucho durante esos meses, decidí llamar para obtener una cita con la cirujana. Una vez tuve la cita en agenda, preparé una lista en la que detallé mis razones para querer operarme, en caso de que la doctora me pidiera justificar mi decisión.
Mi lista leía así:
- Llevo 6 años luchando contra la obesidad (antes era solo sobrepeso) y no he logrado rebajar y mantenerme.
- He intentado dietas bajas en carbohidratos, bajas en grasa, programas como “Doctor’s Weight Loss”, dieta vegetariana, nutricionista, protocolo hCg (5-6 veces), sistema de entrenamiento Insanity, y más, sin resultados permanentes.
- Me lastimo las rodillas y la espalda fácilmente.
- Soy disciplinada y puedo seguir un régimen de nutrición y ejercicios, pero me desespera perder peso tan lentamente.
- Temo desarrollar condiciones de salud relacionadas con la obesidad ya que estoy acercándome a los 30 años.
- En mi familia hay historial de artritis y sé que la obesidad empeora los síntomas de esa condición.
- Quiero estar saludable por si en un futuro cercano decido tener un bebé.
- No estoy totalmente feliz con mi apariencia física.
- Tengo 28 años y no quiero llegar a los 30 con obesidad.
- Siempre he estado sobrepeso pero siento que ya perdí el control.
Redactar esa lista fue un ejercicio de reflexión interesante pues me llevó a identificar claramente cómo fue que llegué hasta mi peso actual, casi sin darme cuenta.

Desde pequeña siempre fui «llenita», con unas 20 o 30 libras por encima de lo que debía ser mi peso saludable. Es decir, siempre estuve sobrepeso. Al graduarme de la univesidad en el 2010 y comenzar a trabajar en mi profesión, el periodismo, empecé a ganar más libras. Poco a poco…
En gran medida, esto fue producto de cambios constantes en mi horario de trabajo, de mala alimentación y de poco descanso mezclado con una ansiedad por estrés que me impulsaba a comer muchos dulces. Pasaron los meses hasta que en el 2012, luego de participar de un evento benéfico en el que me afeité la cabeza, noté que estaba en un peso al que nunca antes había llegado (verme calva y con cachetes enormes me obligó a pararme sobre una balanza). En esa ocasión, la marca fue 222 libras. Hasta ese momento, yo jamás había pesado más de 190 libras.

Desde el 2012 hasta el 2016, realicé el protocolo de hCG unas cinco o seis ocasiones y gasté más de $1,000 en los tratamientos. Hice ejercicios, me lastimé, volví a ejercitarme, fracasé. Bajaba unas 20 o 30 libras y al par de meses volvía a engordar. Era una guerra sin tregua conmigo misma, entre mi hambre insaciable y mi eterno deseo de estar en un peso saludable.
A finales de 2015 recuerdo que les conté a mi mamá y hermana mi frustración con la obesidad y les dije lo difícil que se me hacía seguir una dieta debido a que tenía hambre todo el tiempo. Ambas me recomendaron visitar a un psiquiatra pues le atribuyeron mi hambre a la ansiedad por el trabajo. Hice caso y fui a ver a un médico que me recetó antidepresivos y ansiolíticos. El hambre nunca me dejó y fue entonces que, aunque estaba bajo tratamiento psiquiátrico, comencé a leer sobre las alternativas de cirugía bariátrica.

Finalmente, en julio de 2016 – pesando ya unas 242 libras- al fin decidí que quería hacer algo distinto a lo que había hecho durante tantos años sin resultados. Quería hacerlo por salud, por prevenir enfermedades futuras y, ¿por qué no? también por vanidad.
Me cansé de ser gorda, me cansé de que me dijeran que tenía cara bonita pero libras de más, me cansé de lastimarme la espalda cada vez que baño mis perras o trabajo un poco en el patio, me cansé de cargar con este cuerpo grande que no me pertenece.
Y por lo mucho que me amo a mí misma, decidí sumergirme en el largo proceso de preparación para la cirugía bariátrica, cuya primera fase debe concluir el 6 de marzo cuando entre a la sala de operaciones en el Hospital Menonita.