*Esta columna fue publicada en INDICEPR.COM el 12 de marzo de 2014.
Mi nombre es Dalissa Zeda Sánchez, nací en San Juan en 1988 y tengo un año de vida.
Aunque llegué al mundo hace 25 años, fue el 14 de marzo de 2013 cuando volví a nacer, esta vez por decisión, cuando me rapé la cabeza en solidaridad con los niños pacientes de cáncer en el evento “Uniendo cabezas” de la Fundación CAP.
Fueron muchas las razones que me motivaron a hacerlo, sin embargo, lo relevante fue lo que pasó después de quedarme sin un solo cabello.
Cuando sentí la máquina de afeitar sobre mi piel por primera vez, no pude contener el llanto. Pero entonces, a medida que pasaban los segundos y veía mi cabello caer, una sensación de calma me abrazó cada vez más fuerte. Hasta que pude reír. Y solté carcajadas. Y quedé calva. Y me pasé las manos sobre mi cabeza desnuda. Y reí una vez más.
Aunque sigo sin encontrar las palabras precisas para describir la emoción que viví en ese momento, puedo decir que fue intensa y liberadora. Recuerdo que salí del coliseo Roberto Clemente desbordada de alegría, gratitud y satisfacción. Incluso, varias personas me ofrecieron espejos y no quise ver cómo había quedado. ¿Para qué? Ya estaba hecho y no había espacio para el arrepentimiento.
Pero entonces, me tocó probar un poco de la amarga realidad que enfrentan las personas que padecen de cáncer en este país. Fui a almorzar a un restaurante de comida rápida antes de regresar al trabajo y, mientras esperaba mi turno, decenas de miradas de lástima y curiosidad me atropellaron.
Yo estaba feliz y sonreía. Sin embargo, los hombres y mujeres que me rodeaban en la fila para ordenar me miraban con mucha pena. Era esa mirada que, sin palabras, grita: “Pobrecita, debe de tener cáncer”. O algo así como: “Tan joven y enferma”.
Y mi contentura desapareció. Se fue. Caput! Porque de repente entendí que, más que raparme para conseguir dinero y donarlo a la Fundación CAP, lo que había hecho era ponerme en el lugar de una “joven mujer enferma de cáncer”. Y eso, a los que están saludables, les provoca lástima y terror.
“El estigma que tienen los pacientes de cáncer es que pierden el pelo. Cuando las personas ven a una mujer sin cabello, lo primero que piensan es que tiene cáncer. Esa puede llegar a ser la enfermedad más temida porque nunca se sabe a quién le va a tocar”, me explicó en aquel momento la psicóloga clínica Jennymir Liboy-Ríos.
“El miedo al cáncer se transmite con la mirada de lástima o de preocupación cuando se encuentra de frente a una persona calva”, añadió la experta en conducta humana. Y más aún, si la persona sin cabello es mujer, pues “que una mujer saludable se rape la cabeza ‘sin razón’ es antinatural”, aseguró la especialista respecto a lo que es la percepción.
Entonces, me pregunté ¿cuántas veces habré mirado con lástima a personas que, a mi juicio, están enfermas? No pude recordarlo porque, según la doctora, es una reacción que los seres humanos tienen sin darse cuenta. “Detrás de la mirada de lástima o de pena, lo que hay es incertidumbre o temor”, insistió Liboy-Ríos.
Pero si para mí, que quedé calva por decisión y no por una enfermedad, fue difícil e incómodo recibir esas miradas de plomo, ¿cuán dolorosas serán para un paciente?
Hasta el día de hoy, no me he atrevido a hacerle la pregunta a ningún paciente o sobreviviente de cáncer. A lo que sí me atreví fue a vivir cada día en gratitud. Ya llevo 363 días.
Uniendo cabezas 2014
Si quieres ser parte de los esfuerzos que realiza la Fundación CAP a beneficio de los niños pacientes de cáncer en Puerto Rico, te invito a que acudas mañana, 13 de marzo, desde las 8:00 a.m., al coliseo Roberto Clemente, en Hato Rey. Allí podrás hacer tu donativo para la fundación, afeitarte la cabeza (si así lo decides) e inscribirte como donante de órganos, entre otras cosas.